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Romance del Rey Rodrigo
Don Rodrigo se enamora de la Cava
De una torre de palacio
Se salió por un postigo
La Cava con sus doncellas
Con gran fiesta y regocijo.
Metiéronse en un jardín
Cerca de un espeso ombrío
De jazmines y arrayanes
De pámpanos y racimos.
Junto a una fuente que vierte
Por siete caños de oro fino
Cristal y perlas sonoras
Entre espadañas y lirios,
Reposaron las doncellas
Buscando solaz y alivio
al fuego de mocedad
y a los árboles de estío.
Daban al agua sus brazos,
Y tentada de su frío,
Fue la Cava la primera
Que desnudó su vestidos.
En la sombreada alberca
Su cuerpo brilla tan lindo
Que al de todas las demás
Como sol ha escurecido.
Pensó la Cava estar sola,
Pero la ventura quiso
Que entre unas espesas yedras
La miraba el rey Rodrigo.
Puso la ocasión el fuego
En el corazón altivo,
Y amor, batiendo sus alas,
Abrasóle de improviso.
De la pérdida de España
Fue aquí funesto principio
Una mujer sin ventura
Y un hombre de amor rendido.
Florinda perdió su flor,
el rey padeció el castigo;
ella dice que hubo fuerza,
él que gusto consentido.
Si dicen quién de los dos
La mayor culpa ha tenido,
Digan los hombres: la Cava,
Y las mujeres: Rodrigo
Cavecera
Don Rodrigo manifiesta su amor por la Cava
Por el jardín de las damas
Se pasea el rey Rodrigo,
Por alargar la cadena,
A un pensamiento rendido.
No le alegran de las fuentes
La hermosura y el artífico,
Ni advierte la nueva rosa,
Ni le alegra el blanco lirio.
Después que en confusos pasos,
Dio vuelta al alegre sitio,
Arrimose a un duro tronco
De un inútil roble antiguo.
Junto a unas yerbas ingratas
al sol, al aire, al rocío,
tristes y amarillas flores,
y él más flaco y amarillo,
con claros y humildes ojos,
de un ardiente amor vencido,
dice: de cuatro elementos,
los tres combaten conmigo;
el fuego tengo en mi pecho,
el aire está en mis suspiros,
toda el agua está en mis ojos,
autores de mi castigo,
quedándome sólo el cuarto,
que es en tierra convertido,
pues una dichosa muerte
vence a todos enemigos.
Entrégome en estas plantas,
Cava, por tener olvido,
Y ellas mismas me acrecientan
La memoria y el peligro;
Que viendo estas verdes ramas
Veo el rosto peregrino
De esos bellísimos ojos
Que son de mi pena olvido.
La dureza de este tronco,
Que agora es mi triste arrimo,
Me muestra la dése pecho
Donde amor no hizo tiro,
Y no es bien qu´estas memorias
Quiten el libre albedrío
Y me den las dulces plantas
El más emperrado alivio
Que se dio al más
Bajo cuerpo,
Torpe, necio y mal nacido,
temiéndote, Cava, sola,
por mi bien y paraíso.
Cavecera
La Cava se queja de la actitud de Don Rodrigo
Bañado en sudor y llanto
El esparcido cabello,
el blanco rostro encendido
de dolor, vergüenza y miedo,
deteniendo con sus brazos
los de un loco rey mancebo,
una débil mujer sola,
ausente del padre y deudos,
así le dice a Rodrigo,
ya con voces, ya con ruegos,
como si ruegos y voces
valiesen en tal extremo:
-No queráis, rey poderoso,
Sol del español imperio,
que oscurezcan vuestros rayos
la nube de mi deseo.
La Cava soy de tu fuerza,
Y aunque el muro de mi pecho
le falta la barbacana,
de todos es padre el cielo;
sirviéndoos, la tiene el mío;
desde el primer bozo negro
le disteis honras y cargos,
no le afrentéis cuando viejo.
Con la sangre de mi honra
No se tiña el honor vuestro,
Mirad que eclipse de sangre
en reyes es mal agüero;
mientras él vierte su sangre
defendiendo vuestros reinos,
en otro combate infame
la suya estáis ofendiendo.
Temed, temed ofendedle;
Que podrá vengarse un tiempo,
Pues los nobles y soldados
vos sabéis si son soberbios.
Cavecera
Don Rodrigo revela su amor a la Cava
Amores trata Rodrigo,
Descubierto ha su cuidado;
A la Cava se lo dice,
De quien anda enamorado.
Mira su lindo cuerpo,
Mira su rostro alindado,
Sus lindas y blanca manos
Él se las está loando.
-Sepas, mi querida Cava,
De ti estoy apasionado;
Mira que lo que el rey pide
Ha de ser por fuerza o grado.
La Cava, como discreta,
En risa lo había echado:
-Piensa que burla tu alteza
o quiere probar el vado;
no me lo mandéis, señor,
que perderé gran ditado.
El rey le hace juramento
que de veras se lo ha hablado;
ella aún lo disimula
y burlando se ha excusado.
De cómo la Cava escribió a su padre su afrenta
Cartas escribe la Cava;
La Cava las escribía
a ese conde don Julián
que en allende residía;
no eran cartas de placer,
sino de tristeza y lloro
para España y su valía.
Lo que en las cartas escribe
d´esta manera decía:
“Muy triste señor padre.
el mayor que hay en Castilla:
Trajísteme en esta corte,
como hija muy querida,
para servir a la reina
y estar en su compañía
con otras hijas de grandes
y dueñas de alta estima.
Ese gran rey don Rodrigo,
No mirando lo que hacía,
enamoróse de mi
y de mi gran lozanía.
Muchas veces me lo dijo
con amor y cortesía,
que mi hermosura y gala
para un rey pertenecía,
y que diese yo lugar,
pues en mi estaba su vida,
de cumplir su mal deseo
y su tan loca porfía:
mas a cuanto él me hablaba
yo jamás le respondía,
por ser hija de quien soy
y de castidad ceñida.
No después de días muchos
que espática sería,
sin saberlo yo, ¿cuitada!
entró donde yo dormía.
Y que con fuerza muy forzosa
me quitó la honra mía.
Debéis de vengar, señor,
esta tan gran villanía,
y ser Bruto, el gran romano,
pues el Tranquino se haría;
si no yo seré Lucrecia,
la que dio fin a su vida.”
Cavecera
Cómo el conde Don Julián vendió a España
Primera parte
En Ceuta está don Julián ,
en Ceuta la bien nombrada;
para las partes de aliende
quiere enviar su embajada;
moro viejo la escribía,
y el conde se la notaba
después de haberla escrito
al moro luego matara.
Embajada es de dolor,
de dolor para toda España;
las cartas van al rey moro,
en las cuales le juraba
que si le daba aparejo
le dará por suya España.
Madre España ,!ay de ti!,
en el mundo tan nombrada,
de las partidas la mejor,
la mejor y más ufana,
donde nace el fino oro
y la plata no faltaba,
dotada de hermosura
y en proezas extremada;
por un perverso traidor
toda eres abrasada,
todas sus ricas ciudades
con su gente tan galana
los domeñan hoy los moros
por nuestra culpa malvada,
si no fueran las Asturias
por ser la tierra tan brava.
El triste rey don Rodrigo,
el que entonces te mandaba,
viendo sus reinos perdidos,
sale a la campal batalla,
el cual en grave dolor
enseña su fuerza brava;
mas tantos eran los moros,
que han vencido la batalla.
No parece el rey Rodrogo,
Ni nadie sabe do estaba.
Maldito de ti, don Oppas,
obispo de mala andanza;
en esta negra conseja
uno a otro se ayudaba.
¡Oh dolor sobre manera!
¡Oh cosa nunca cuidada!
que por una sola doncella,
la cual Cava se llamaba,
causen estos dos traidores
que España sea domeñada,
y perdido el rey señor,
sin nunca dél saber nada.
Cavecera
Segunda parte
Ya sale de Toledo
el conde don Julián;
él y su hija , la Cava,
muy mal enojados van;
el conde está muy sañudo,
cuanto no puede ser más;
piensa de vender España
con falsía y con maldad,
porque pague todo el reino
lo que el rey fue a pecar
en deshonrar a la Cava,
la su hoja natural.
Por hacer mejor su hecho
y su traición ordenar,
fuése al rey don Rodrigo,
dice le va a aconsejar;
las palabras que le dice
son fundadas en gran mal:
-Rey don Rodrigo, rey don Rodrigo,
mi buen señor natural,
sé que estáis muy alcanzado
de moneda y de cabal;
vos dais muy grande partido,
no lo habéis menester dar,
a mucha gente de guerra
que en las fronteras están;
setenta mil caballeros
todos comen vuestro pan,
más de cuatromil castillos
tenedes que sustentar,
sin habello menester
ni habello necesidad;
si tomas, rey, mi consejo,
muchos haberos tendrás,
tendrás tantos de tesoros
que en el mundo no hay más;
mandaréis a los soldados
que se vayan sin tardar
a sus tierras y lugares,
que no les queráis dar más,
y también porque las gentes
no se quieran guerrear;
mandad deshacer las armas
cuantas en el reino hay,
y que nadie sea osado
ningunas armas guardar,
y así estaréis en sosiego,
y así viviréis en paz.
Al rey le parece bien;
ansí fue a mandar,
que nadie de allí en un mes
pueda más armas tomar,
so pena que por traidor
lo mandarán ahorcar.
Todos maldicen al rey
y al que el consejo fue a dar,
porque bien ven que no pueden
sino en gran mal redundar:
mas como son apremiados,
no podían hacer más;
todos deshacen las armas,
nadie las osa guardar;
las espadas hacen sierras
para madera cortar,
los yelmos y los escudos
hacen rejas para arar,
de las otras armas hacen
azadas para cavar,
unas echan en los pozos
otras lanzan en el mar.
¡Qué mal consejo que diste,
Oh maldito don Julián!
Maldito fuera aquel día
en el que fuiste a engendrar;
más valiera que en nasciendo
te lanzaran a la mar,
que no echaras a perder a toda la cristiandad.
Cavecera
De cómo Don Rodrigo pierde España.
Las huestes de don Rodrigo
Desmayaban y huían
Cuando en la octava batalla
Sus enemigos vencían.
Rodrigo deja sus tierras
y del real se salía:
Solo va el desventurado,
Que no lleva compañía.
El caballo de cansado
mudar no se podía:
camina por donde quiere,
que no le estorba la vía.
El rey va tan desmayado,
Que sentido no tenía:
Muerto va de sed y hambre,
Que de velle era mancilla;
Iba tan tinto de sangre,
que una brasa parecía.
Las armas lleva abolladas,
Que eran de gran pedrería;
la espada lleva hecha sierra
de los golpes que tenía;
el almate abollado
en la cabeza se le hundía;
la cara lleva hinchada
del trabajo que sufría.
Subióse encima de un cerro
el más alto que veía:
desde allí mira a su gente
Cómo iba de vencida.
De allí mira sus banderas,
Y estandartes que tenía,
Cómo están todos pisados
Que la tierra los cubría.
Mira por los capitanes
que ninguno parescía;
mira el campo tinto de sangre,
la cual arroyos corría.
El triste de ver aquesto
gran mancilla en sí tenía:
llorando de los sus ojos
de esta manera decía:
-Ayer era rey de España,
hoy no lo soy de una villa;
ayer villas y castillos,
hoy ninguno poseía;
ayer tenía criados,
hoy ninguno me servía,
hoy no tengo una almena
que pueda decir que es mía.
¡ Desdichada fue la hora, desdichado fue aquel día
en que nací y heredé
la tan grande señoría,
pues lo había de perder
todo junto en un día!
¡Oh muerte!, ¿por qué no vienes
y llevas esta alma mía
de aqueste cuerpo mezquino,
pues se te agradecería?
Cavecera
Huida de Don Rodrigo
Ya sale de la priesa
el rey Rodrigo cansado;
por allí mira su campo:
ve que su gente se apoca,
y cómo va desmayando.
Desque esto vido Rodrigo,
no curó de más mirallo,
porque bien ve que los suyos
ya no pueden soportallo.
Volvió las riendas apriesa,
da de espuelas al caballo;
huyendo va a más andar.
Por un tremendal abajo
violo huir Aliastras,
un su capitán honrado;
acordó seguir tras él,
mas nunca pudo hallarlo.
Desde que vio que no le halla,
A Toledo hubo llegado,
Donde quedara la corte,
Y la reina había quedado.
Pesábale por llevar
De su rey tan mal recaudo;
En entrando por la puerta
Comenzó a decir llorando:
-Ya, señora, no sois reina,
ya no tenéis ningún marido,
porque con ocho batallas,
perdisteis todo el estado.
Perdisteis al rey Rodrigo,
el vuestro marido honrado,
porque le vi ir huyendo,
muy malamente llagado,
y que la hora de agora
será muerto o cautivado.
La reina sin oiír más
Cayó tendida en su estrado:
Después de grandes cuatro horas
En su sentido ha tornado:
Manda a Aliastras que cuente
todo como había pasado.
-Aliastras se lo cuenta,
que nada no había dejado.
-La reina con gran congoja
dijo: -Ya lo he yo tragado,
porque la noche pasada
un mal sueño había soñado,
y es que veía el rey Rodrigo
con un gesto muy airado,
los ojos vueltos en sangre,
que iba muy apresurado
para ir a vengar la muerte
del desdichado don Sancho,
y que volvía sangriento,
y su cuerpo mal llagado,
y que se llegaba a mi
y me tiraba del brazo,
y decía estas palabras
muy fuertemente llorando:
-Quédate adiós, reina triste,
quédate adiós que me parto:
los moros me han ya vencido,
los moros me han ya sojuzgado,
-No cures llorando mi muerte,
No cures llorando tu estado,
Allá en lo más apartado,
Vete luego a las montañas
De aquel reino Asturiano,
Porque no hay otro remedio
Si quieres quedar en salvo,
Porque España y lo demás
Todo está ya sujetado.
Cavecera
Muerte de Don Rodrigo
Después que el rey don Rodrigo
a España perdido había,
íbase desesperado
por donde más le placía.
Métese por las montañas,
la más espesa que había, porque no le hallen los moros
que en su seguimiento iban.
Topado ha con un pastor
que su ganado traía,
díjole:-Dime buen hombre,
lo que preguntar quería.
¿ si hay por aquí poblado
o alguna casería
donde pueda descansar ,
que gran fatiga traía?-.
El pastor respondió luego
que en balde lo buscaría,
porque en todo aquel desierto
solo una ermita había,
donde estaba un ermitaño
que hacía muy sana vida.
El rey fue alegre de esto,
por allí acabar su vida.
Pidió al hombre que le diese
de comer, si algo tenía;
el pastor sacó un zurrón,
que siempre en él pan traía;
diole dél, y de un tasajo
que acaso allí echado había.
El pan era muy moreno,
al rey muy mal le sabía;
las lágrimas se le salen,
detener no las podía,
acordándose en su tiempo
los manjares que comía.
Después que hubo descansado
por la ermita le pedía,
el pastor le enseñó luego
por dónde no erraría.
El rey le dio una cadena
y un anillo que traía:
joyas son de gran valer
que el rey en mucho tenía.
Comenzando a caminar,
ya cerca el sol se ponía;
llegado es a la ermita
que el pastor dicho le había.
El, dando gracias a Dios,
luego a rezar se metía;
después que hubo rezado
para el ermitaño se iba;
hombre es de autoridad,
que bien se le parecía.
Preguntole el ermitaño
Cómo allí fue su venida;
el rey, los ojos llorosos,
aquesto le respondía:
-El desdichado Rodrigo
yo soy, que rey yo ser solía;
vengo a hacer penitencia
contigo en tu compañía;
no recibas pesadumbre
por Dios y Santa María-
El ermitaño se espanta;
por consolallo decía:
-Vos cieto habeis elegido
camino cual convenía
para vuestra salvación,
que Dios os perdonaría-.
El ermitaño ruega a Dios
por si le revelaría
la penitencia que diese
al rey que le convenía.
Fue luego revelado,
de parte de Dios, un día,
que le meta en una tumba
con una culebra viva,
y esto tome en penitencia
por el mal que hecho había.
El ermitaño añ rey
muy alegre se volvía;
conócelo todo al rey
como pasado lo había.
El rey, de esto muy gozoso,
Luego en obra lo ponía.
Métese como Dios manda
para allí acabar su vida;
el ermitaño muy santo
mírale el tercero día.
Dicele:-¿Cómo os va , buen rey?
¿Vaos bien con la compañía?
-Hasta ahora no me ha tocado
porque Dios no lo quería;
ruega por mí, el ermitaño,
porque acabe bien mi vida-.
El ermitaño lloraba,
Gran pasión le tenía;
Comenzóle a consolar
Y esforzar cuanto podía.
Después vuelve el ermitaño
a ver si ya muerto había;
halla que estaba rezando
y que gemía y plañía.
Preguntóle cómo estaba.
-Dios es en la ayuda mía,
respondió el buen rey Rodrigo:
la culebra me comía;
cómeme ya por la parte que todo lo merecía,
por donde fue el principio
de la mi muy gran desdicha-.
El ermitaño lo esfuerza,
el buen rey allí moría:
aquí acabó el rey Rodrigo,
al cielo derecho se iba.
Cavecera
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